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Una doctoranda de la UAH investiga cómo el editor Barral se enfrentó a la censura durante la dictadura franquista

La figura del editor catalán es estudiada por Cristina Suárez Toledano, quien pertenece al Grupo de Investigación en Literatura Contemporánea (GILCO) de la UAH y presentará su tesis sobre cómo el régimen prohibió o sesgó la literatura del siglo XX.

Carlos Barral fue una figura muy presente en la literatura que se leía en España durante el siglo XX. Su primer sello editorial, Seix Barral, fue refundado por él y por su socio Víctor Seix a partir de 1955, dando un impulso al ámbito cultural en un momento en el que la dictadura franquista impedía la publicación de obras que fueran en contra de la doctrina del régimen. La sombra de la censura se extendió durante una época brillante en la que autores como Julio Cortázar, Carlos Fuentes o Gabriel García Márquez despertaron la curiosidad de millones de lectores mientras que el territorio patrio decidía tachar parte de sus textos u omitirlos en su totalidad. Así, esta pericia y astucia por buscar los resquicios que permitieran la libertad de prensa y expresión ha interesado desde el Grado en Estudios Hispánicos a Cristina Suárez Toledano, ahora doctoranda del Grupo de Investigación en Literatura Contemporánea (GILCO).

Próximamente, Cristina Suárez Toledano defenderá su tesis, tutorizada por el profesor de la UAH Fernando Larraz, en la cual ha estudiado la labor e influencia del intelectual catalán, a quien la investigadora describe como “un editor que no se resignó a guardar silencio ante la censura, sino que puso en marcha diferentes estrategias con las que tratar de hacerle frente y cumplir con los objetivos editoriales que se había marcado”.

Escapar a la censura

En palabras de la investigadora, la censura editorial es el mecanismo que utiliza el Estado para asegurarse de que todas las obras que vayan a ver la luz pública no ataquen a los valores morales, religiosos y políticos sobre los que se sustenta y poder así controlar la ideología, el pensamiento y el comportamiento de la ciudadanía. La censura afecta a muchas parcelas de la sociedad: a la libertad de los autores a la hora de crear sus obras; a la publicación de las obras, tanto creadas en el país como llegadas del extranjero, tal y como fueron concebidas; a la limitación y a la supervisión del panorama de lecturas al que acceden los ciudadanos. Por poner un ejemplo más que actual, de la misma forma que en su momento los pasajes polémicos del triángulo amoroso de La Regenta fueron prohibidos, hoy en día se llevarían las manos a la cabeza con Cincuenta sombras de Grey.

“De hecho, la censura no acaba cuando lo hace el régimen, sino que sus efectos perniciosos los sufrimos en la actualidad cuando leemos obras que aún no han sido restauradas y que se siguen reeditando con las tachaduras y omisiones impuestas por los censores”, señala Cristina Suárez Toledano. Las obras que tenían más posibilidades de sufrir tachaduras eran aquellas que abordaban temas relacionados con el cuerpo, con la sexualidad y con la religión, las que ponían palabras malsonantes en boca de los personajes y, en menor medida, las de autores que no se autocensuraban y se atrevían a incluir ideas y opiniones políticas contrarias al sistema político, su legitimidad, sus dirigentes, entre otras cosas.

El proceso consistía en que, cuando un autor terminaba su obra, la entregaba a su editor para que este presentara una solicitud de edición ante la censura; o la presentaba él mismo si se trataba de una autoedición. En manos de los censores, ellos leían la obra y después respondían a un cuestionario tipo con preguntas como “¿ataca al dogma?”, “¿a la moral?” o “¿a la Iglesia o a sus ministros?” y elaboraban un informe con su juicio sobre el texto. A la vista de ese informe, el jefe de la Sección emitía un veredicto: autorización, autorización con tachaduras o denegación.

Ante las dos últimas situaciones, los editores podían resignarse o, como acostumbraba a hacer Barral, presentar un recurso de revisión para intentar llegar a acuerdos y modificar los cambios señalados por la censura. Si estos trámites se resolvían favorablemente, el editor debía entregar a la administración censora un ejemplar de la obra, ya editada, para comprobar que, efectivamente, se habían llevado a cabo las tachaduras y que no se habían incluido pasajes nuevos sin revisión.

“La figura de Carlos Barral fue una de las más destacadas en el campo editorial español del siglo XX”, resalta la doctoranda. “Cuando Barral empezó a trabajar en la editorial, puso en marcha el proyecto de acercar a los lectores aquellas obras, autores y corrientes literarias que estaban presentes desde hacía tiempo en buena parte de Europa pero no en España. La editorial se había dedicado hasta entonces a elaborar materiales didácticos y volúmenes de carácter técnico y científico para su divulgación. Barral, apoyado por un valioso equipo de colaboradores, como Joan Petit, José María Castellet, Jaime Salinas, Gabriel Ferrater, y por su homólogo en la rama Seix, Víctor Seix, dirigió el rumbo de la editorial hacia la edición literaria, por lo que su influencia en el sello fue decisiva”.

La imagen internacional de España, cuestionada

No obstante, y a pesar de los premios que obtenían para aumentar el prestigio de la obra y la presión internacional que ejercían los países circundantes sobre la España de la época, a la que veían con un nivel de atraso cultural con respecto a las demás naciones europeas y frente a las que el dictador Francisco Franco intentaba disimular, los esfuerzos de Barral a veces caían en saco roto. “Puede sorprender que autorizasen críticas al sistema establecido, como sucedía con algunas de las obras del realismo social de mediados de los cincuenta y principios de los sesenta, pero esto se debe, en muchas ocasiones, a la falta de preparación o a la ignorancia de algunos censores, si bien no de todos”, indica. “El éxito de la censura no se encontraba únicamente en las limitaciones impuestas a las obras antes de su publicación, sino que influía de forma directa en los autores al crear las obras porque era difícil no tener presente que un censor iba a revisarla. Hay que tener en cuenta la autocensura consciente y, aun peor, la inconsciente”.

Mientras Latinoamérica vivía el boom literario de mediados de los 60 y el resto de Europa y Norteamérica contemplaban este cambio de paradigma, España sufrió un atraso literario en comparación con otros países porque muchas obras, autores y movimientos llegaron aquí con retraso y de forma parcial, argumenta la especialista, teniendo entre sus filas la labor y el compromiso literario de Barral y la agente literaria Carmen Balcells, entre otros, quienes dieron a conocer a gran parte del mundo a los escritores como Guillermo Cabrera Infante. “A nivel internacional, la censura era una lacra para la imagen del régimen, pero tampoco querían prescindir de ella. La solución fue lavarle la cara mediante una nueva ley, la de 1966, conocida como Ley Fraga. En contra de lo que se dice, no sirvió para liberalizar la cultura, sino que fomentó la autocensura y los secuestros de obras ya publicadas”.

“Figuras como Barral se permitían opinar con libertad acerca de la censura en medios de comunicación extranjeros, pero en España tenían que guardar silencio a este respecto en público. El régimen intentaba acallar esas voces disidentes y evitar escándalos para mantener su reputación frente a otros países y su manera de hacer pagar a firmes opositores como algunos escritores y editores era censurar con mayor celo sus obras”. A veces, como espectadores del presente, la investigación se pregunta qué hubiera pasado de no tener a defensores de la libertad de expresión como Barral, “el soplo de aire fresco que el trabajo de ambos ofreció a la literatura que se leía en España hubiera llegado incluso más tarde. El camino abierto por Seix Barral fue fundamental para la educación literaria y filosófica de toda una generación y para poner al día la cultura española y facilitó las cosas a nuevas editoriales surgidas a finales de los sesenta. Cada uno con sus respectivas tareas, los dos se entendían y hacían un buen equipo y eso fue decisivo para que proyectos como su primera colección, Biblioteca Breve, salieran adelante y tuvieran éxito”.

Una tesis apoyada por la UAH

Entre las conclusiones de la tesis de Cristina Suárez Toledano, hay dos que tiene claras: la labor editorial de Barral fue decisiva para modernizar el campo intelectual y editorial en la España del tardofranquismo y que su hábil respuesta frente a la censura, diferente a la de otros editores del momento, favoreció la publicación de esas obras, muchas de ellas denegadas o extensamente mutiladas inicialmente; y, además, todavía hay mucho por hacer en el campo de estudios sobre censura. “En cualquier caso, una democracia sana se basa en aceptar la crítica (y la sátira) y en la revelación de la verdad para que la ciudadanía pueda establecer consensos bien informada”.

Acerca de este período como doctoranda que pronto terminará, la egresada de la Universidad de Alcalá destaca la oportunidad que le ha dado el Programa en Estudios Lingüísticos, Literarios y Teatrales y como contratada predoctoral en la Universidad de Alcalá: “La investigación ⎯y la investigación en Humanidades⎯ es un trabajo necesario. Y que no dejen que el miedo a la hoja en blanco o las voces ajenas que cada vez con más frecuencia intentan denostar la investigación en disciplinas como la Literatura, la Historia o la Filosofía les desanimen a continuar con sus estudios si es lo que quieren”.