Un año más, los descendientes de los alfareros de Alcalá vuelven a demostrar que el tiempo pasa, pero no el cariño por sus raíces. A mediados de cada mes de julio, celebran con el entusiasmo de siempre la fiesta de sus patronas, las santas Justa y Rufina.
La jornada comenzó con la celebración de una misa en la parroquia de San José. En la eucaristía, oficiada por el sacerdote salesiano P. Nicolás Calvo, estuvo presente el estandarte de esta antigua cofradía que representa a estas dos hermanas mártires sevillanas del siglo III y que está fechado en 1897.
En el momento del ofertorio, un pequeño grupo de niños de la cofradía se acercaron al altar, como signo del oficio cacharrero de sus antepasados, para entregar al sacerdote unas pequeñas vasijas de estilo tradicional.
Tras la comunión, tuvo lugar el traspaso del cetro del hermano mayor saliente, D. Daniel Perrino López, al nuevo hermano mayor, D. Pedro Garrido Martínez.
Finalizada la misa, los cofrades se trasladaron a un restaurante cercano para celebrar la junta ordinaria. El secretario, Santiago Vivas Gago, inició su intervención con unas emotivas palabras dirigidas a su madre, Rosario Gago (viuda del alfarero Braulio Vivas “Lali”), fallecida el pasado mes de septiembre.
A continuación se pasaron al cobro las cuotas de la hermandad, destacando que se han producido este año tres ingresos: el joven jurista León González Yebra, la filóloga austriaca Carina Windhager y su pequeño hijo Mateo Guillén Windhager. Con ellos, el número de hermanos asciende a cincuenta y seis.
La jornada concluyó con un ágape fraterno y un brindis final del nuevo hermano mayor. En sus palabras, Pedro Garrido quiso subrayar el honor que para él significaba recoger el testigo de una tradición milenaria y recordar, con gran cariño, a todos aquellos miembros de la cofradía que ya no están físicamente con nosotros.



Los alfares de Alcalá de Henares
Todavía pervive en la memoria de los alcalaínos nacidos antes de la década de 1960 el característico humo de los alfares de las calles don Juan I y Vaqueras, tan necesario para la cocción de sus vasijas. Pero antes de llegar al horno, había que extraer la materia prima en los cerros. Después, trasladarla a los alfares, prepararla con agua, pisarla y amasarla, para concluir en el minucioso proceso de elaboración de cada pieza, una a una, en el torno o rueda.
La extraordinaria calidad de su arcilla convirtió a la ciudad de Alcalá en un importante centro alfarero, de modo particular desde que el Cardenal Cisneros fundara la Universidad y, con ella, creciera exponencialmente la demanda de los objetos de barro, tan necesarios en la vida cotidiana de entonces.
Cántaros, botijos, barreños, cangilones, orzas, jarras, escudillas, caperuzas de chimenea, tiestos, bebederos de aves y un sinfín de piezas que, con el inexorable paso del tiempo, se han ido rompiendo, perdiendo o, en el mejor de los casos, conservando en manos de coleccionistas particulares o en algunos museos. Los alfareros recomiendan la exposición “Alma de cántaro” que podrá verse en la Casa Natal de Cervantes hasta el 21 de septiembre.
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